Apuntes acerca de la esperanza y el amor
En este mundo que habitamos, donde la gente se
burla del amor y de la esperanza, combatimos en una batalla sin tregua para
salvarnos del abismo.
Hoy día es muy fácil decir: "El mundo está de
la chingada". Este tipo de frases y comentarios, la des-esperanza, abunda.
Simplemente es cuestión de abordar un día el metro de la Ciudad de
México; ahí, abrir los ojos (y la conciencia) para encontrar seres humanos. Los
más desprotegidos, aquellos que se revuelven en la miseria de ni siquiera ser
vistos u oídos. Son todos y todas los marginados del sistema. O como piensan
muchos, los "parásitos" -huevones, flojos, vagos- de esta sociedad. A
esta visión añadamos el odio. El odio hacia los pobres, que resulta por
convertirlos en criminales; la crisis de oportunidades de desarrollo para los
habitantes con menos recursos, y la tremenda campaña de enemistad entre los
partidos políticos. Más aun, el odio que escinde las vidas de las personas, esa
brecha social donde por ser de la clase alta se hace menos a la gente con
recursos limitados, y (la triste realidad) viceversa: vivimos en pequeñas
sociedades o polos llenos de intolerancia. Intolerancia, que nos lleva a la violencia
y ruptura de las relaciones humanas en el país.
Y no son sólo ellos -los pobres- quienes sufren la
marginación sistémica, también están todas las personas discriminadas por su
preferencia sexual; los indígenas que luchan por mantener una vida
no-occidentalizada; los comuneros que defienden sus tierras; los obreros no
burocratizados; las mujeres que reclaman con dignidad sus libertades; los
estudiantes que se manifiestan y exigen una postura más crítica; los activistas
políticos y sociales que sueñan y trabajan por un lugar distinto. Y la lista
podría seguir creciendo. Y son, precisamente estos grupos, los sin rostro, los
principales motores de los movimientos o -como diría John Holloway- grietas
sociales. Pero, ¿qué impele a estos hombres y mujeres a pasar de la apatía
a la acción?
Entre muchos otros factores hay dos de vital
importancia: el amor y la esperanza. Pero, no se hablará de estas dos
potencialidades en un sentido hollywoodense; son
-en realidad- dos fuerzas políticas. Cuando
se habla de la esperanza en la política muchos se burlarán: "iluso,
creyente". Sin embargo, no se dan cuenta que la esperanza es praxis. Es acción, la esperanza sólo existe en tanto
que se trabaja por ese mundo otro.
Por alcanzar la emancipación del yugo del Estado y el mercado que oprime las
vidas de millones en la Tierra. Es la posibilidad de salir del abismo, de esta
realidad cínica y grotesca. Y a propósito, la esperanza florece y existe en
diversas partes del mundo. Vive con los zapatistas en Chiapas, con los
piqueteros argentinos, con los indígenas de Bolivia, de Ecuador y de Chile; y
esos son sólo los ejemplos latinoamericanos. Esas
nuevas realidades que desafían al sistema y muestran que ese mundo otro
existe.
Por otro lado está el amor. ¿Qué puede hacer el amor en este mundo de odio? El
amor en el sentido de ágape que es
traducido como solidaridad. Mas, va mucho más allá. El ágape -como sentencia
Enrique Dussel- es el amor con el otro, y en mayor medida con el oprimido. Es
la aceptación de 2 sujetos con senderos diferentes (el hombre de ciudad
con el campesino), pero con la misma dignidad. El odio es un sentimiento reaccionario, que sólo se
utiliza en-contra. En México, sus máximos exponentes son la clase política,
empresarial y demás acomodados que han lucrado a costa del pueblo. Y también,
quienes (como Enrique Peña Nieto o Felipe Calderón) se excusan en el derecho de
la violencia para asesinar y violar personas. El odio, no destruye
(deconstructivistamente), simplemente oprime y da muerte. El amor en cambio, es
póiesis que significa crear, producir. Y esto es parir, dar
vida a algo nuevo. La fuerza del amor es que gira en torno a la inclusión,
el recuerdo, la creación y la vida.
El tiempo sigue su curso, y las pequeñas y grandes
luchas por la liberación de los pueblos a nivel global marchan. No habrá que
olvidar estos dos pilares de la lucha política; de lo contrario, nos condenaremos
a cometer los errores del ayer. Cuando acaezca el kairos (escisión histórica) será momento de tomar partido. Yo
vislumbro dos rutas. La primera es continuar el despojo, la rapiña, la
acumulación de odio y desesperanza. El otro sendero es la emancipación a través
de la siembra (o creación) de otredades, de la lucha digna; de recordar que lo
más sagrado es la vida. No lo olvidemos.
Por otro lado está el amor. ¿Qué puede hacer el amor en este mundo de odio? El amor en el sentido de ágape que es traducido como solidaridad. Mas, va mucho más allá. El ágape -como sentencia Enrique Dussel- es el amor con el otro, y en mayor medida con el oprimido. Es la aceptación de 2 sujetos con senderos diferentes (el hombre de ciudad con el campesino), pero con la misma dignidad. El odio es un sentimiento reaccionario, que sólo se utiliza en-contra. En México, sus máximos exponentes son la clase política, empresarial y demás acomodados que han lucrado a costa del pueblo. Y también, quienes (como Enrique Peña Nieto o Felipe Calderón) se excusan en el derecho de la violencia para asesinar y violar personas. El odio, no destruye (deconstructivistamente), simplemente oprime y da muerte. El amor en cambio, es póiesis que significa crear, producir. Y esto es parir, dar vida a algo nuevo. La fuerza del amor es que gira en torno a la inclusión, el recuerdo, la creación y la vida.
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